del transiberiano y otras aventuras: Moscú

Hace ya muchos meses desde mi último post, la verdad es que empecé con muchas ganas pero luego fui perdiendo la constancia y al final pues lo fui dejando para otro momento y así hasta hoy.

No pocas cosas han pasado en estos 9 meses que he estado sin escribir. He cambiado de trabajo, de barrio y de casa (ahora finalmente vivo sola), he conocido nuevas amistades, personas maravillosas, he reído, he llorado, me he enfadado, he perdido a un ser muy querido, he visto incluso a España ser campeona del mundial de fútbol, y me he ido de vacaciones. Bueno, unas vacaciones un tanto peculiares, porque la verdad cuando le explicaba a mis amigos y conocidos que me iba a Rusia para viajar en tren hasta China, con un chico que no conocía en persona, todos se quedaban un poco anonadados, casi todos, menos las personas que me conocen bien y que saben que esas son las cosas que yo suelo hacer.

Así que un 31 de julio tras una gran cena de despedida dos noches antes rodeada de amigos, emprendí mi vuelo a San Petersburgo, ciudad donde me encontraría con Iván, viajero incansable y amigo peculiar pues nos conocíamos sólo por emails e innumerables postales que me estuvo enviando durante su vuelta al mundo durante más de un año.

San Petersburgo y el encuentro con Iván merecen un capítulo aparte que tendré que encontrar el momento para escribir. Comenzaba allí una gran aventura, de viaje y de vida con una de las personas más increíbles que he conocido, un gran compañero en todos los sentidos.

Así que mi viaje comienza en Moscú, que es donde realmente comienza el transiberiano, San Petersburgo era el capricho de conocer una ciudad preciosa y famosa por su belleza, pero la odisea con el tren tiene su inicio en la capital rusa un 5 de agosto…

…Otra vez en el tren, el segundo del viaje, dejamos Moscú desde la estación de Kazansky y nos ponemos en marcha a Kazán, o mejor dicho, el tren se pone en marcha a Kazán. Nos esperan 15 horas de viaje, 15 largas horas atravesando buen trozo de Rusia occidental. Mañana estaremos en tierra de tártaros, pero esa es otra historia.

Tras aproximadamente 36 horas en Moscú -que han dado para mucho- tengo que organizar bien las ideas, las reflexiones que surgen del viaje, de la ciudad, de las experiencias que se van agolpando en el camino.

La capital de Rusia es una urbe que necesita de mucho tiempo, de varias visitas o una estancia más larga para poder comprenderla en su grandeza.

La llegada fue monumental, de película diría yo. Iván y yo llegamos a las 5:30 am. a la estación de Leningradinsky y ya antes de pisar suelo moscovita sentimos un raro y peculiar olor a leña quemada, las primeras impresiones son de que hay algún fuego en algún lugar pues el humo nos impide ver con claridad.

La Plaza Roja envuelta en humo

A esa hora se bajan cientos y cientos de viajeros del tren que parece no terminar nunca de lo largo que es. En la estación duerme gente en el suelo, todo es un poco confuso y enseguida veo que la arquitectura de la Leningradinsky es casi una copia de la estación de San Petersburgo. La construcción seriada, sin originalidades, ¿mismo modelo quizá diseminado por todo el país?

Caminamos cansados hacia el metro, no paran de llegar personas y nos vamos amontonando junto a las cajas para comprar los billetes. Aquí llega un primer shock, para no hacer la cola de la «caja oficial» muchas personas hacen otra cola, la del revendedor de tickets. Este es un personaje más de los muchos que nos encontraremos en el camino. Tras mucho empujar nos hacemos un hueco e intentamos que nos venda 2 tickets de metro, pero el revendedor nos ignora, hay demasiada gente que quiere lo mismo y él no está para perder tiempo con dos turistas que no lo entienden y a los que no entiende.

Así que vamos a la «cola oficial». Estamos agotados, me pesa mucho la mochila pero esto es parte del juego. Sin no poco esfuerzo y tenacidad Iván alcanza la ventanilla y compra dos billetes, ahora al andén ¿qué parada? ¿cuántas hay? Tras tres estaciones estamos en Kitay Gorod, la de nuestro hostal.

Al salir del metro volvemos a percibir el humo y el olor a quemado, no se va, sigue aquí también y nos parece bien extraño. Hace calor en Moscú, incluso a las 6 de la mañana.

Salimos en busca de la calle del hostel, preguntamos a alguien que no habla inglés y no puede ayudarnos. Entonces se nos acerca un chico joven, ruso, con un: may I help you? (puedo ayudarles?). Le decimos que buscamos el Napoleon Hostel, que está en la maly Zlatoustinskiy y que se supone que está muy cerca, pero el chico dice que no sabe dónde está y se va a hablar con un hombre dentro de un coche. Al volver nos pregunta que por qué no cogemos un taxi, que quizá sea más conveniente. Esto no huele a humo, sino a chamusquina, ya vemos por donde va la cosa, niet (no) decimos, y seguimos buscando la calle. Dos minutos después estábamos subiendo las escaleras del Napoleon.

Cuarto piso, mucho calor, llegamos y no hay nadie en recepción, la puerta del hostel está entornada, al entrar silencio total, sólo interrumpido por el ronroneo del motor de un refrigerador. Digo hola y de repente descubro a una persona acostada en un sofá que hay en una especie de salón allí mismo en recepción. Al primer hello no contesta, así que insisto. Como intuye que no voy a desistir termina despertándose y saludando con mala cara. Hacemos no sin mucho trabajo el check-in, por suerte podemos hacerlo ahora, una cosa menos.

Compramos dos botellas de agua y el freak del hostel nos dice que él colecciona monedas de otros lugares del mundo y que podemos pagar con divisas. Este momento es surrealista, empiezo a sacar euros, zlotys polacos que aún tengo de mi viaje a Polonia, y cuando veo ya van dos euros y él sigue como si nada. Le pregunto,  con cara de incredulidad, que hasta cuándo tengo que seguir sacando dinero, entonces contesta: 2 euros son suficiente.

Después de ducharnos salimos a buscar a Moscú, no hay tiempo que perder. Desayunamos en una cadena «imperialista» de cafés, bien caro, esto es Moscú, la ciudad más cara del mundo.

Nos vamos al Kremlin, a menos de 10 minutos a pie de donde nos alojamos, todo un lujo aquí que las distancias son enormes. Sigue la nube de humo, algunos transeúntes llevan mascarillas.

La Plaza Roja no es como imaginábamos, parece más pequeña ahora, menos grandiosa. Aún así impacta, sobre todo el colorido y formas de piruletas de la catedral de San Basilio -imagen donde las haya de Moscú-, y la solemnidad del Mausoleo de Lenin. Frente a este, como desafiando al otrora líder comunista, un centro comercial con marcas de lujo, toda una oda al capitalismo.

Son aún las 9 y algo, la mayoría de los sitios no abren hasta las 10 así que caminamos, conversamos, nos reímos y vamos a visitar la recoleta iglesia de Kazán en una esquina de la plaza.

Interior de la iglesia de Kazán

Me gusta mucho el ambiente de religiosidad que se respira en estas iglesias, no sé si es algo que comparten todos los cristianos ortodoxos o es sólo parte del carácter ruso, en cualquier caso se palpa la fé, la humildad, la esperanza. A veces quisiera ser así, poder creer, tener fé, creer en algo sin haber visto, son los inconvenientes de ser una cínica agnóstica.

Mausoleo de Lenin

Nos ponemos en la cola para visitar el Mausoleo de Lenin. Es gratis, por eso voy, si hubiese que pagar creo que no lo haría. Incluso tengo un conflicto moral, pienso si debería visitar donde descansa el que encaminó tan mal a todo un país, pero mi curiosidad es grande y a pesar de  mis principios quiero verlo, de alguna manera necesito ver que no fue sólo un personaje de mis libros de Historia o Marxismo Leninismo en Cuba, quiero ver que es real y que él, como todos, murió. No hay héroes, ni mártires, ni personajes eternos en este mausoleo, sólo un cuerpo embalsamado hace más de 80 años que parece un muñeco de porcelana en vez de un ser humano. Ironías de la vida, aquí descansa Vladimir Ilich Lenin, fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, bolchevique, marxista, «defensor» de la clase obrera, una clase obrera y un pueblo que ahora sueña con ir a comprar en el GUM, el centro comercial frente al mausoleo del líder revolucionario, todo una ironía esta vida, frente a Lenin se alza un símbolo del consumismo capitalista de la nueva Rusia.

Nos marchamos en un «no parar», hay que exprimir este día caluroso y ahumado. Primero pasamos por la catedral de San Basilio antes de entrar en el centro de poder político y religioso de la ciudad: el Kremlin, con sus incontables iglesias, iconos bizantinos, velas, popes, mujeres con pañuelos, y el humo que no nos abandona.

Posando con la Catedral de San Basilio tras de mí

iglesias del Kremlin

El Palacio del Estado está en obras, no sé si de no estarlo podríamos entrar, ignoro ese dato. Es una mole de cemento de carácter fascista, como casi todos los edificios gubernamentales construidos en época soviética y con el omnipresente rasgo distintivo de la hoz y el martillo.

La hoz y el martillo en el Palacio del Estado

Volvemos a ponernos en marcha, queremos callejear, ver esta intrigante ciudad que para mí tiene tantos significados, aunque parezca raro es como una deuda con el pasado, con mi infancia en la Cuba de los ’80 en la cual miles de productos eran Made in USSR, -dibujos animados incluidos- son muchos recuerdos que para bien o para mal hacen que mi comprensión de Rusia sea diferente a la de alguien que no conoció «lo soviético».

Subimos por Tverskaya ulitsa, una gran avenida con mucho tráfico en la cual los mercedes, audis y bmws son mayoría, ostentación de los nuevos ricos que seguramente en tiempos no muy lejanos estaban vinculados al Politburo. Algunos Ladas se disputan la supremacía de la avenida, pero la tecnología alemana supera a la rusa.

Ladas vs autos alemanes

Buscamos la oficina de correos para enviar las muchas postales que hemos ido comprando, postales que llegarán a Alemania, a España, a Inglaterra y Estados Unidos. Quiero enviar también una muñeca de trapo típica rusa que compré en San Petersburgo para la colección de mi madre de «muñecas de todos los países que mi hija ha visitado» pero me dicen que no puede ser. Nos conformamos con que lleguen las postales…algún día. Tras mucha dificultad para hacerme entender, pregunté a la señora de correos cuánto tardarían en llegar, y me escribió en un papel: «10, 20, 30 días?» A lo mejor en el 2018.

Al dejar el edificio estábamos tan hambrientos y justo enfrente encontramos un McDonalds. Debo decir que nunca voy a McDonalds, ni cuando viajo ni cuando estoy en casa, no tengo nada en contra de ellos, ni soy ninguna anti-sistema, anti-globalización ni nada de eso, simplemente no es el tipo de comida que me gusta. Pero no quiero caminar más por estas calles interminables sin saber siquiera lo que voy a comer, McDonalds es bien práctico, aunque no entiendas lo que está escrito en el menú, siempre puedes mirar las fotos y señalar lo que quieres al reconocer el Big Mac o la Chickenburger.

Está lleno, una vez más el capitalismo da una bofetada al comunismo, el pueblo ruso no quiere más «carne rusa enlatada», ni «cebollas encurtidas» ni «pepinillos de la República Democrática Alemana», quieren una Hamburguesa, da igual si sabe bien o mal, si es sana o no, si es comida basura o una delicatessen, lo que quieren es a través de los mordiscos saborear lo que durante mucho tiempo estuvo prohibido, pegar bocados al Occidente, a la «democracia», sentirse parte de esa «sociedad de bienestar». No hago apología de Occidente, ni del capitalismo, pero es una realidad que mientras más tiempo un país vive bajo prohibiciones, más desmesurado será el abrazo a lo prohibido, muchas veces sin ni siquiera pensar lo que están abrazando o consumiendo.

Los precursores

Política aparte, comí, me llené y descansé un rato antes de la nueva batalla.